30/7/11

Más que sobre tu risa, hoy podría hablar de tu ausencia. Pero esa palabra está tan gastada, tan gastada incluso para mí.

Y una vez más me pregunto, ¿Por qué no gritar? ¿Por qué no correr? Aquella niña, la de la novela de la infancia, se enojaba mucho y un día empezaba a correr, porque sí, y corría sin pensar en nada, sin tener en cuenta nada más que ese impulso, pero sin llamarlo impulso, sin tener un nombre para eso. Ella corría, pero sin saberlo. Esa es la diferencia.

Hay que hacer algo así, correr con los ojos cerrados, o poner una pared o un muro o algo que impida de una vez por todas esa interferencia constante entre conciencia y verdad, y dejar que eso le gane al resto de las cosas, tardes luna viento soledad invierno y muchas ganas de llorar, siempre.