6/1/12

No entiendo. No importa entender, pero igual quiero.

Quisiera.

Ves vos ahí quieto tus manos tus pies y tu voz, todo quieto. Y yo acercándome siempre y sin decirlo. Disimulando apenas. Para llegar a vos, que estás impávido ahí. Tosco, mudo, absorbente. Dos veces mirás al cielo. Después volvés. No cortás tu estar acá. Yo sí. Yo mudo mi sombra a cada rato pero, quiero que lo sepas, es para poder mirarte a los ojos.

Es que siempre todo está ahí semi escondido, buscando alguien que por fin se de cuenta.

30/7/11

Más que sobre tu risa, hoy podría hablar de tu ausencia. Pero esa palabra está tan gastada, tan gastada incluso para mí.

Y una vez más me pregunto, ¿Por qué no gritar? ¿Por qué no correr? Aquella niña, la de la novela de la infancia, se enojaba mucho y un día empezaba a correr, porque sí, y corría sin pensar en nada, sin tener en cuenta nada más que ese impulso, pero sin llamarlo impulso, sin tener un nombre para eso. Ella corría, pero sin saberlo. Esa es la diferencia.

Hay que hacer algo así, correr con los ojos cerrados, o poner una pared o un muro o algo que impida de una vez por todas esa interferencia constante entre conciencia y verdad, y dejar que eso le gane al resto de las cosas, tardes luna viento soledad invierno y muchas ganas de llorar, siempre.

30/4/11

Nombro tu risa
frente al espejo
de mi infancia
y el mudo espacio
de vejez
que bajo una sombra
espera
Nombro tu espalda
y dibujo en mis manos la blancura
de tu piel colgada en el silencio
Nombro tu voz y tu después
Mientras guardo en un grito la intención
de prestar
la soledad de cada instante
de mi vida
a un sólo nombre

13/4/11

En lo más profundo hay una sola pena, un sólo olvido que en realidad no lo es. Aunque no lo quiera imagino qué pasaría si la distancia que nos aleja -esta distancia que hoy no es sólo espacial sino también temporal, sentimental, corporal- se rompiera en mil pedazos, si hubiera forma, si hubiera. Yo sin dudarlo atravesaría entera por el enredo de horas y días y metros que nos separan.

Aunque no lo quiera estoy escribiendo estas líneas que tienen que ver contigo. De alguna forma, esto rompe un poquito el abismo. Es mi humilde consuelo.

4/4/11

Ahora no quiero que te distraigas con nada. Quiero que vengas acá, que te quedes cerquita mío y que me cuentes todo. Prometo escucharte, o al menos mirarte a los ojos con la verdad más fuerte que encuentre en mí. Prometo abrazarte si me lo pedís y voy a saber cuando lo estés haciendo. No te preocupes: te quiero, y eso es condición más que suficiente para que funcione. No tenés que estar de acuerdo, pero ojalá pudieras olvidar quienes somos por un momento. Olvidar las cosas básicas, como mi fecha de nacimiento y tu color de pelo. Es difícil, pero sería maravilloso.

No te preocupes: te espero. Te estoy esperando. Siempre.

18/11/10

Nunca hablamos de aquellos cuentos al final, no? Me parece que no, que yo quería decirte pero por algún motivo... Hasta creo que hice una listita en mi cabeza, cosas que no me quería olvidar de comentarte. Sí, yo, que hoy si me apurás no sé ni cómo ni por qué escribo, yo tenía comentarios para hacerte. Eran buenos, los cuentos. Ahora sólo tengo alguna imagen vaga... Dos muchachas conversando en un bar y un mozo muy gordo (¿o sólo hablaban de alguien gordo?), una casa silenciosa por la noche, una ventana, una pareja. Pero soy pésima, no me acuerdo ni siquiera del nombre del libro.

Hablé de motivos pero no podría especificarlos. Creo que en aquellos días sólo vos podías explicar. Fuiste muy capaz, en su momento, de decir esto porque a o porque b, y porque sería horroroso que c. De este lado no había mucho más que ganas de un abrazo y algunos comentarios sobre un libro de cuentos. Críticas, puede decirse que éramos buenos en eso. De este lado no había mucho más. Una puerta abriéndose hacia quién sabe qué oscuridades -sólo vos podrías mencionarlo-. Puerta que te encargaste de cerrar con inmejorable esmero.

Incomprensiones

Ángeles alados, ¿dónde? En mi balcón inexistente sólo hay un par de macetas rotas con un poco de tierra. Hay un amanecer partido por la mitad, cuya rotura se desborda cada día entre las sombras de los pocos muebles que hay en este cuarto. Si me asomo o llueve o nieva. Es un pedazo de muro sobresaliendo de la pared como un pobre montículo de tierra. Maldito cielo, maldito balcón. Por él dejaría caer cada espejo de esta casa. Un buen día van a hacerlo y será sobre mí. Yo no me voy a dar cuenta porque voy a estar ocupada regando unas margaritas ahí abajo. Entonces, uno por uno, van a romperse en mil pedacitos junto conmigo. La de arriba quedará feliz en una casa sin espejos, y la de abajo estará muriendo tan inexperta en cuestiones de balcones y margaritas.

Y no va a venir ningún ángel a explicar el misterio.